MÁSCARA


Hoy me miro al espejo, me lavo la cara y me enjuago las entrañas. No veo rastros de esa niña que daba vueltas y se enredaba entre las sábanas hace quince minutos.

En su lugar, dos ojos impenetrables, herméticos, se miran, se intimidan, pero no bajan la mirada.

Comienza el juego.

Busco entre los abrigos de enero y los guantes de febrero una máscara a través de la que mirar el mundo. Ahí está, esperándome, ansiosa, sedienta de mí.


Me viste, me envuelve, me acaricia y me oprime como el bozal a su perro.

Forcejeamos hasta que mis pies dejan de sentir el suelo. Toda la sangre en mis muñecas, y mi rabia inundando su boca.

Me hace el amor con besos audaces y caricias que queman, hieren y alivian cada herida abierta que se cruzan por el camino.


Me saca de paseo y mientras rompo el silencio caminando segura por los destartalados adoquines, siento su presión en el cuello, como una marioneta ante el roce de sus hilos o un caballo bajo el tirón de su correa.

Hoy no voy sola, no miro al suelo, no rehúyo tu mirada y no me distraen los cuchicheos.

Quiero hacerme notar, pisar por donde no puedan dejar de contemplarme y arrastrar las miradas por el suelo hasta hacerlas sangrar.

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