RAICES


Hoy no escribo sobre el eterno amor ni sobre la caduca luna llena. Tampoco sobre recuerdos y mucho menos sobre sueños por cumplir.
Hoy hablo de mí. De que me gusta el olor del incienso de mandarina y ver como el humo que desprende dibuja senderos caprichosos y libres, tan libres como el aire que surca.
Me entretiene juguetear con un mechón de mi pelo. Enredarlo en el dedo y jugar con un rizo eterno para después soltarlo por la ventana. Adoro el tacto de una manta sobre mis pies fríos mientras mis manos descalzas se agarran a un libro lleno de vidas e historias.
Me divierte pintar mis uñas de rojo y llevarlas de paseo por todos los rincones de esta pequeña caja de cristal. Enseñarles la cantidad de secretos que se reflejan en el río al caer el sol, los jeroglíficos que se dejan adivinar en las aceras o algún maniquí destartalado que me silba desde su exhibicionista escaparate.
Me gusta jugar a adivinar palabras escritas en mi espalda y más, no acertarlas, para que el juego no llegue nunca al final.
Me encanta que las mantas me devoren en invierno y esperar a que llegue el día para dejar entrar por mi ventana el bullicio de la Quinta Avenida, la melodía del Sena o la sombra del Faro de Alejandría.
Me relaja un beso en la nuca, una canción que deambule por las calles del soul y acariciar a un gato de ojos azules.
Me gusta cuando las lágrimas sinceras escapan a pesar de los intentos por enterrarlas y escuchar el taconeo de mi corazón por el pasillo, recorriendo toda la casa.
Me hacen sonreír las sonrisas de los niños con dientes descolocados y ojos vivarachos, las sonrisas de quien aun caminando solo por la calle, se acordó de aquel momento y los copos de nieve cuando dejan de lado su timidez y se aventuran a besar el asfalto.
Dicen que es difícil describirse, puede ser. Puede que resulte más fácil describir lo que te gusta y aún más, lo que no te gusta. Somos como un iceberg, como un árbol milenario....Sólo una parte se proyecta en los demás, dejando impresiones fugaces y pasajeras o en ocasiones, invitando a descender a ese mundo subterráneo para enredarse en las raíces.....

ADAGIO






Leo en el periódico que en Nueva Delhi, un tren ha descarrilado. Cuarenta y siete muertos y cien heridos. En Elche, una nueva víctima de la violencia de género. Treinta y pocos años y a su espera ya pocas primaveras. El Barsa, imparable y Sabina llenando más butacas que asientos los Lakers.
Escorpio, los ojos se me van inconscientemente hacia ese pequeño arácnido que me dice que mantenga los ojos abiertos, ya que tendré jugosas oportunidades profesionales y que en la salud gozaré de una semana tranquila. Miento, devoro los dos renglones que hablan del amor y los escupo en el tintero.
No me interesan. No hoy. Ni principes azules, ni amantes fugaces, ni paseos de la mano. Hoy no.

La claridad del día contrasta con el color del café que me llevan a la mesa. Me sirven la leche, echando de allí al color chocolate ilusionado por haber compartido esa tarde conmigo.

Doy las gracias, pero apenas escucho un susurro en forma de respuesta. La firmeza y seguridad de su pose contratacan aprovechando la flaqueza de dos ojos avellana que de no haber sido tan frágiles, habrían eclipsado cuanto allí había. ¿Habrá leído él también el periódico?. Tal vez discutió con su amante, quien le robó cuatro de sus seis horas de sueño o tal vez está cansado de ver desfilar tantos cafés cada mañana y de saber que hace meses no tiene tiempo ni para uno.
En la mesa de al lado, una pareja. Él, ojeando una revista de coches de ocasión y segunda mano. Ella, enreda y desenreda el hilo de la bolsa de te en la cucharilla, sin perder la concentración ni un sólo segundo. Si no fuera porque comparten mesa, se podría decir que nunca habían estado tan solos. No se hablan, no se miran, no se necesitan.
Acerco mis labios al borde de la taza. Me gusta quemarme, aún estando en Agosto.
La soledad hierve en mi piel, sólo quebrada por la aparición de un músico vestido con harapos que merodea la terraza de la cafetería. En sus brazos, acuna delicadamente un violín. Suena "Adagio".
Un mar de sensaciones baña mi cuerpo, me desnuda y me hallo desplomada en la arena de la playa.
Allí nada. El violín, yo y los ojos de ese humilde creador de ilusiones vistiendome de pleamar. La música enfurece a unas olas que pelean por llegar enteras al arrecife. Olas que se arropan con blanca espuma y se llevan a altar mar nuestros secretos.
Sigue tocando, yo seguiré con mi periódico. Nos vemos en la playa.

DE TOUT ET DE RIEN




Y son esas
mañanas
sin oìr el
reloj.

Esas estaciones donde el tren
siempre parte dos minutos tarde

Esos cafés que ni fríos, ni calientes


Aquellos ojos que me miran y
no me sugieren nada

Y estos pies que sólo avanzaron dos baldosas

Y son esos ladrillos que me tapan el horizonte

Esos dedos que desenvuelven un caramelo de fresa

Esas bocas que escupen humo en el frío mes de Febrero
Aquellos cristales empañados que siempre esconden algo

Y este corazón kamikace


Lo es todo y es nada

TACONES Y MARGARITAS


Hoy no escribo descalza, me acompañan unos zapatos italianos que abrazan mis pies, como si hiciera meses que no se veían.

Sentada sobre el sillón más fiel del apartamento, no tengo otro horizonte que ese par de zapatos, el campanario férreo de una vieja y discreta iglesia y más al fondo, una torre arrogante, forrada de cristales tras los que se dejan adivinar siluetas y me pregunto si desde allí adivinan tal vez la mía.

Pero no quiero mirar tan lejos, me conformo con descifrar el enigma que explique el por qué me siento tan etérea, sutil, sobre esas curvas súbitas que a simple vista sólo serían capaces de ofrecer un vuelo de vértigo o una carrera en la moto de mayor cilindrada. Sobre los dedos, una delicada fila de piedrecitas transparentes se da la mano para no perderse en la noche. Hoy no hay estrellas por ningún lado, ni siquiera la luna se dignó en salir. Así que para vosotras todo el protagonismo.

Diecisiete centímetros y medio más arriba, otro montoncito de piedras de carácter orgulloso y distante acorrala mi tobillo. Tercas y altivas, no miran hacia abajo. Si les preguntas por las otras, nunca dirán que las conocen. Les resta acidez el cordón de seda negra que rodea una y otra vez el tobillo. Sigue su contorno, lo acaricia sigilosamente y se torna en un lazo infantil que nunca perdió la sonrisa pícara.

El tacón, de aguja. Negro, brillante, incapaz de bajar la mirada. Su sobriedad, intimida a mis infantiles uñas rojo-sangre que juguetean con una margarita no menos aniñada.

Y ahí permanezco, con los zapatos sobre el alfeizar de la ventana, sintiendo el frío aluminio del marco acuchillar mis tobillos y recordándome, junto al segundero del reloj, que son las 2 de la madrugada y me siento más despierta que nunca.

Sin soltar la margarita, tomo en mi mano un vaso con whiskey, que cansado de esperarme se fundió en abrazos con el hielo. Mejor. No tengo fuerzas para discutir con él. Parece que por una vez estamos de acuerdo.
El cristal choca contra mis labios y lo arroja impetuosamente hacia mi garganta como quien arroja un cubo de agua al primer desagüe que tiene a mano.

Como una guitarra desafinada, me incomoda con la desacertada melodía que es capaz de tararear en mis oídos. Diez minutos después, ya me va gustando lo que suena.

Las dos y media. En frente, la iglesia la torre ya sin siluetas y vosotros. Al otro lado, una margarita despeinada, un vaso solitario y una cabeza llena de notas que saltan en el pentagrama.

Está bien, esta noche, os dejo dormir conmigo
.

TE REGALO LA NOCHE


Pasa, está abierto. Para ti siempre. Me crees, ¿verdad?; No importa ahora, ni siquiera pretendo que te lo cuestiones.
Toma asiento. Te guardé el sitio desde el que es fácil adivinar los rascacielos más altos, las estrellas más inquietas y las farolas que no tienen hora de llegada. No gran cosa al estar tú presente. Tus ojos siempre tuvieron mejores vistas que todo lo que puedes ver a través de esa ventana.


Bien, permíteme apagar la luz y encender las velas. Demostrarte que la oscuridad puede desnudar todo cuanto te rodea, vestirlo de fragilidad e incluso hacerlo desaparecer.
¿Estás cómoda? Seguro que te apetece escuchar algo de música….”Si tu n’étais pas là, comment pourrais-je vivre?”


No puede haber en esta fría noche de Febrero, canción que abrigue con más fuerza. Escúchala, piérdete en sus notas, salta en cada uno de sus violines, cierra los ojos y despierta donde quieras.
Cuando lo hagas, yo estaré aquí para recordarte que no fue un sueño. Todo cuando estás sintiendo es real.


Brindemos. El brillo caprichoso del champán rompe por un momento la calidez del momento. Cae como una daga afilada sobre el paciente cristal que anhela su llegada.


Brinda conmigo. Contigo. Mírame. Estás preciosa cuando callas y son tus ojos los que derrochan palabras. Cuando me haces sentir vértigo al subirme a tu mirada. Cuando me doy cuenta de que la canción dejó de sonar hace cuarenta y siete minutos porque te adueñaste de cada segundo.


Me voy, necesitas estar sola. Eso sí, acábate la botella de champán y la noche.