GUERRERA


He luchado contra noches interminables de siluetas escurridizas que hacían de mis manos sus toboganes para reencarnarse en alba. Ocaso tras ocaso han esperado un ápice de soledad para colarse por una rendija y amordazarme en la cama. Una a una, las he ido guardado en un frasco de recuerdos con el tapón abierto. No les tengo miedo.

Guardo en mi mesilla de noche una manta de cicatrices con la que arroparme cuando desprecio los recuerdos. Heridas sabias, firmadas por una afilada hoja de acero templado. Me cobijo en ella y viajo sin maleta, pero llena de equipaje. Lugares, palabras grandes, pequeñas y medianas, soledad bajo receta médica y varias partidas de póquer abandonadas.

El traqueteo del tren sobre los andenes mece mi consciencia y la subyuga a un mundo irreal, etéreo donde me encuentro con ella....No es como había imaginado. 
Tiene las manos suaves, tanto que rozan la fragilidad. Sus ojos son cristalinos y desprenden un brillo que me obliga a permanecer allí, ante ellos, como si algo fuera a aparecer de repente para estremecer mis sentidos.  Su pelo, fino y sedoso, recuerda a los hilos de una marioneta. Frágiles, e imperceptibles una vez que llevas diez minutos observando, y a la vez columnas vertebrales de ese muñeco de trapo que baila claquet en la calle para sacar tres monedas y alguna sonrisa.

Y en su cuello, cuelga una llave vestida de curiosidad. Con delicadeza, la retira y me mira invitándome a acercarme. Estiro mis manos hacia ella y siento el frío del cobre metálico y de la novedad, paralizando todos mis pensamientos.

Ahora es mía, es la llave de mi mundo subterráneo. Soy privilegiada, no todo el mundo puede acceder a él. Allí está todo, estoy yo. Descansan mis batallas perdidas y ganadas, mis fantasmas, mis vergüenzas y traiciones, lo que no se atrevió a subir al primer piso y cuanto está escrito en mis páginas.

Me siento bloqueada, mis manos, aún estremecidas, aprietan con fuerza esa llave, con desgarro, casi hasta hacerse daño. Debes irte, me dice ella, tu viaje de vuelta, será diferente, ya no necesitas tu manta. Y se evapora. Alza sus manos hacia el cielo y tras una estela de coloreadas mariposas, se mimetiza en un abrazo con sus alas.

Encantada...

VIOLENTO

Nunca las yemas de tus dedos se deslizaron por las cornisas de mi piel, ni de lejos. Aún así, fuiste violento. 

Arriesgadamente violento al olvidar arropar con ilusiones mis frías madrugadas en otoño. 

Extremadamente violento por no leerme los ojos, en ese par de ocasiones en que mis labios enmudecieron por puro cansancio. 


Descaradamente violento si no has sabido saborear sobremesas de vino salvaje y atardeceres acompañados por velas que se consumían con la prisa de un relámpago kamikace. 

Exquisitamente violento si no le pusiste olor a mi pelo, ni candado a mi recuerdo. Si no te diste cuenta del sabor que tiene un puñado de mis besos, si los guardaste en tu maldito armario, como el niño mimado que no tiene hueco para más zapatos.


Egoístamente violento si vagas por la estación, mirando de reojo cada tren que pasa a tu lado. Con ojos llenos y corazón vacío, ansioso por colgarte de cualquier mano.


Voluntariamente violento si te ahorcaste con una soga de indecisión y folios en blanco.


Violentamente cobarde....

BOFETADAS

No me grites, noche. Estoy cansada. Llego a estas horas y me he pasado la mañana vagando sola con un saco de bofetadas a cuestas.

Salí pronto, a las ocho, dejando tras de mí el eco de un portazo y una habitación llena de dudas escondidas en el armario. 

Los primeros rayos de sol curiosean entre mis pestañas y me impiden mirar a los ojos a cualquiera que encontró tres segundos para fijarse en los míos.

Camino rápido por las aceras, me quema el asfalto. Dos segundos en cada baldosa me resultan eternos. Pero intento no pensar en eso, hoy no, no hay tiempo. Dejé caer mi reloj por el hueco donde arrojo los malos inventos.


Empieza a llover y yo sin paraguas. Joder, bastante mojada tengo hoy el alma. La cobijo bajo toldos, portales y paradas de autobús forradas con vidas paralelas que desconocen cuanto te estoy contado.

 Es inútil, la tormenta no hace amago de marcharse, nos vamos a  mojar, ya te secaré cuando lleguemos a casa.

Más rápido que la lluvia y más vacío que la nada, se apresura a mojarme un chaparrón de preguntas que se clavan como dagas. "¿Por qué?", ¿Qué pasa?", "¿Estás bien?" y si fallo la respuesta, una bofetada.

No recuerdo a dónde iba, el saco pesa mucho y estoy mojada. Ojalá pudiera cerrar los ojos y aparecer en el armario, entre los jerseys de enero, atrincherada. 

Esquivo cualquier mirada caprichosa que me lee y me relee y me torna transparente, meto la llave en la cerradura y el ensordecedor ruído  de mis pies devorando la escalera se abraza al silencio que me espera en la entrada. 

Hacen el amor ante la inquina mirada de un manojo de lágrimas desarropadas y se acurrucan aquì, junto a mí, la noche y esta cabecita mojada.

OJOS

Y hoy son ese par de ojos los que me visten por los pies y me amordazan con la almohada.

Tic tac, tic tac. El segundero galopa a contracorriente y cuchichea secretos de madrugada a una esfera de cristal que se hace añicos a medida que llega el alba. Mírame,yo y esos ojos. Esos ojos y las ocho caras de un poliedro destartalado.

Ahora me levanto y camino sobre senderos imaginarios que se hilan en mi cuarto. Monto en bicicleta y zigzagueo por rincones llenos de margaritas hechas de pétalos algodonados. Oigo risas, tal vez pájaros, el cuchicheo de la sangre paseando por mis manos.

A la vuelta de un tronco mimado por ásperas caricias de hojarasca me topo con ellos. Ojos conciliadores, cómplices, me tienden la mano y mecen mis heridas en agua oxigenada.

Ahora aquí, en esta cama. Esperando al relámpago que estremezca a las farolas, suplicando un portazo que asuste a las pesadillas, anelando un susurro que me encoja el alma.