EVA

Una puerta que nunca se abre y otra que en seguida se cierra de un portazo. Abrazos huecos que despiden los minutos, arrojándolos por el fregadero. Y al otro lado, esperan sentados abrazos sembrados de cálido trigo.

No hay palabras, tan solo miradas, litros de deseo desbocado que emprenden un camino vertiginoso hasta embestir unas rocas que se desvisten de lujuria.

Veneno que escuece, quema, hiere, anestesia, mortifica y a la vez, acaricia, ama, arropa, seduce, regala….

Labios entrelazados que murmuran secretos envueltos en saliva… Besos que forcejean con cada milímetro de una piel que agoniza en su intento por abandonar esos dos cuerpos simétricos.

Horas suicidas que antes de morir, acusan.

Olores arriesgados que acompañan en el trayecto de vuelta a casa. Y allí nada, una cama sedienta, una luna cómplice y un cajón con abrazos envenenados….

PUZZLE

Qué fácilmente sales de mi boca, sonrisa temeraria. No te da miedo adentrarte en la noche, surcar océanos 
profundos como tu existencia y frenar en seco ante cualquier muro de hormigón que te plante cara.

Quédate esta tarde en casa, tírate en el sofá, entre las revistas llenas de horóscopos descabellados y las almohadas que mullen tus sueños. No salgas fuera, no a este mundo de locos en el que no encajas.

 Eres mucho más que una pieza. Tal vez el paisaje en el que tanto cuesta enderezar las nubes, o el azul perfecto que viste ese par de ojos cristalinos; El puente levadizo sin el que ningún caballero podría haber asediado a su princesa y el girasol que más madruga para ser el primero en charlar con su querido sol.

ONCE MINUTOS


Princesita, ¿Por qué lloras?; No soporto ver esas lágrimas deambulando como vagabundas por tus mejillas rosadas. Me ahogo en sus senderos y me lanzo con ellas desde el precipicio de tu barbilla.

Dame once minutos. O diez y la mano. Ese es el trato.

Te sacaré de este mundo por la puerta de atrás. Nadie nos ve, hazme caso, coge mi mano con fuerza y ponte este vestido hilado de curiosidad y esperanza. Quítate los zapatos, no los necesitaremos, vamos a chapotear en demasiados charcos y a pisar unas cuantas nubes negras.

¿Qué te hizo llorar? ¿Fue una canción?; Tal vez una despedida, un cielo encapotado, una margarita deshojada o cualquier traspiés en una acera caprichosa.

¿Fue un beso?; O quizás un tren perdido, un horizonte titubeando en su trapecio o un corazón que olvidó las llaves dentro.


Dame once minutos e inventaremos una nieve que resista al malhumor de agosto y que vista a muñecos que sólo tú y yo veremos.

Dame diez minutos y te mostraré como la luna se emborracha de cielo hasta terminar juntos en la cama.

Dame nueve minutos y releeremos el final de tu cuento preferido.

Dame ocho minutos para secuestrar dos caballos de un tiovivo y perseguir caminos que se crucen, se separen y que mueran antes de llegar a un destino.

Dame siete minutos, cierra los ojos, y con acuarela roja te pintaré una sonrisa infranqueable.

Dame seis minutos para abrir ventanas donde solo hubo niebla y sembrar flores en tu alfeizar.

Dame cinco minutos y cantaremos tu canción en cualquier tejado para que solo puedan oírte los gatos y un par de canalones desalentados.

Dame cuatro minutos y si estás feliz, multiplicaré por tres sus doscientos cuarenta segundos.

Dame tres minutos y te enseñaré el secreto para contar el infinito.

Dame dos minutos y buscamos un escondite que cuando más te busquen, se vuelva transparente.

Dame un minuto y yo te doy una caja. Mete tus lágrimas, ya no te hacen falta. Ni siquiera recuerdas por qué llorabas….

ADIVINA, ADIVINANZA



Adivina, adivinanza…..

Es cuando te miran a los ojos y un soplo de ilusiones merodea por el jardín de tu alma. Cuando el día puede travestirse de noche y la noche de cualquier cosa. Cuando rozar su mano es izar la vela maestra de un barco e imponer el rumbo en un océano caótico y tintado de bravío oleaje.

Es cuando dar una patada a una lata oxidada a las diez de la noche en una calle vacía, se disfraza de aullido de lobo y pisa cauteloso cada tejado de la ciudad. Cuando escuchas cinco veces seguidas esa canción y dejarías de respirar por verla brotar de cualquier canalón acorralado por la lluvia. Cuando las horas se suicidan a medianoche y los minutos colgaron el cartel de “no hay entradas”.

Es cuando pronunciar un adiós duele más que la traición de una fría y desorientada puñalada. Cuando apagas el despertador de un manotazo para permanecer mañanas y mañanas en el mundo de los sueños. Cuando no ves lo que escuchas, ni oyes lo que miras.

Es cuando los atardeceres son dardos y los abrazos diccionarios. Cuando cada centímetro de piel es una avenida y cada tímido pestañeo, un pasajero habitual en el vagón hacia sus ojos.

¿Qué es…?

MÁSCARA


Hoy me miro al espejo, me lavo la cara y me enjuago las entrañas. No veo rastros de esa niña que daba vueltas y se enredaba entre las sábanas hace quince minutos.

En su lugar, dos ojos impenetrables, herméticos, se miran, se intimidan, pero no bajan la mirada.

Comienza el juego.

Busco entre los abrigos de enero y los guantes de febrero una máscara a través de la que mirar el mundo. Ahí está, esperándome, ansiosa, sedienta de mí.


Me viste, me envuelve, me acaricia y me oprime como el bozal a su perro.

Forcejeamos hasta que mis pies dejan de sentir el suelo. Toda la sangre en mis muñecas, y mi rabia inundando su boca.

Me hace el amor con besos audaces y caricias que queman, hieren y alivian cada herida abierta que se cruzan por el camino.


Me saca de paseo y mientras rompo el silencio caminando segura por los destartalados adoquines, siento su presión en el cuello, como una marioneta ante el roce de sus hilos o un caballo bajo el tirón de su correa.

Hoy no voy sola, no miro al suelo, no rehúyo tu mirada y no me distraen los cuchicheos.

Quiero hacerme notar, pisar por donde no puedan dejar de contemplarme y arrastrar las miradas por el suelo hasta hacerlas sangrar.

CAMBIO


Ayer, cambié los muebles de mi habitación de sitio. Donde antes estaba una cosa, ahora está la otra y viceversa. Todo un puzzle en apenas 10 metros cuadrados.

Algo parecido pasa con la inquilina que se aloja en el ático, encima de mis hombros. Esa cabecita, a veces alocada, otras sensata, por momentos distraída, pero siempre caminando por delante de la monotonía.


Cuesta darse cuenta de que hay algo que no encaja, quizás el color desafortunado de las cortinas, o esa mesa con la que siempre te tropiezas. Duele aceptar que lo que decoraste con precisión y mimo, lejos de hacerte sentir como en casa, te resulta, cuanto mínimo, ajeno.

Una mesa que no puede presumir de verte 20 minutos al día, una cama que en lugar de arropar tus sueños, los esconde bajo el colchón, una ducha que se lleva por el desagüe lágrimas rebeldes que siempre escapan cuando les da la gana y un espejo que te espera cada mañana, mendigando una sonrisa tímida, no obstante, eterna.

A veces, es tan fácil como percatarse de qué es aquello que desafina en la orquesta. Qué cuerda del violín es la que llora de forma insolente y se pasea desnuda y descalza en una noche tan desapacible.

Otras, basta con dedicarles un puñado de minutos a cada uno de tus "muebles". Colocar la sonrisa junto a la ventana, pasearla por cualquier callejón al que le sobran los segundos y le faltan los amigos para tomarse un café.

Sacudir la imaginación en el alfeizar, cerca de las estrellas y lejos del asfalto. Mover la indiferencia al rincón del fondo, donde están los zapatos sin tapas y ese vestizo que te hizo sentir princesa y del que no puedes desprenderte aunque ya no leas cuentos de hadas.

Cambiando y cambiando encontré un hueco para colocar un piano de cola. Él y yo, colgando de un universo sutil donde no necesito más para ser feliz. Tomo asiento, le miro a los ojos, con la tranquilidad de quien no necesita articular palabras para entenderse. Acaricio sus teclas y me dejo llevar por esa melodía arropada de lluvia que golpea la ventana y hace pacífico lo precipitado.

Me gusta la canción, ensayaré 10 minutos cada noche.....