ANA

Vueltas entre las sábanas y  un vestido de inquietud pegado a tu cuerpo que te aprisiona y te postra en una cama inundada de hojas de cuaderno.

Renglones que se tuercen, apuñalados por las altas horas de una tenue madrugada. Sobre ellos, escritos con anhelo, tus sueños….

Pasean agarrados de la mano y se paran cinco minutos para beberse bajo la luna un vals desesperado.

A los pies de tu cama, una margarita deshojada. Te quiere, no te quiere…ya no esperas nada.

Te incorporas con violenta fuerza, y parece fácil oír como se rompen las cadenas que te mantienen atada. Arrastras tus pies por centímetros de suelo que se hacen eternos entre ese espejo y tu mirada.

Ahí está ella, mirándote sin reproches, orgullosa de lo que eres. 

Bella y altiva.

 Segura como el reflejo de una llama que nunca tuvo tiempo para extinguirse. Inocente como el agua que harta de recorrer senderos, necesita la caricia cómplice de las piedras que se encuentra en el camino.

 Princesa y guerrera.

 Fuerte como la madera que se disfraza de raíces para aferrarse a la desnuda tierra e ingenua como los ojos de un niño persiguiendo un copo de nieve en Enero.

Ahí estáis….tú y la vida. Esa que siempre espera en el alféizar de tu ventana.

RESPIRA

Abría la ventana, y mientras observaba su colada mojada tendida en las cuerdas, pensó si sería buena idea colgar sus dos pulmones allí, junto a vestidos suicidas acostumbrados a contemplar la vida boca abajo.

Dejando caer la persiana con la mayor de las indiferencias, volvió a rastras a su cama. Era tan fácil, sólo tenía que recorrer el sendero que sus pies llevaban dibujando durante la última semana. Parecía como si los pasos estuvieran contados, eran quince exactamente, trece si caminaba más deprisa. 

Y allí, sólo allí, se sentía segura. Cuatro patas que sostenían un colchón que había cambiado su ropa interior de espuma, por un elegante conjunto tejido con hilo de sueños. En esa cama, pasaban las horas, fluían apaciblemente como el agua de un manantial perenne, y a la vez su digestión se tornaba pesada.

Y en eso pasaba su vida, en masticar minutos y segundos, tragarlos sin poder evitar cierto escozor en la garganta y unas inevitables ganas de vomitar en el baño cualquier día de la semana.

COMO NIÑOS DE LA MANO

Si hoy no juegas, yo no juego. Ven, levanta, manchemos nuestros zapatos de barro.

Te voy a llevar a saltar por los tejados, cuidado!, hazlo de puntillas o sabrán que esta noche aún no nos hemos acostado.

Dibujaré de colores mil sonrisas en tu acera, para que te esperen a la puerta en esos días en los que las buscas, pero no las encuentras.

Y como niños de la mano, dormiremos al cobijo de nuestro cuento y una muñeca de trapo....