ADAGIO






Leo en el periódico que en Nueva Delhi, un tren ha descarrilado. Cuarenta y siete muertos y cien heridos. En Elche, una nueva víctima de la violencia de género. Treinta y pocos años y a su espera ya pocas primaveras. El Barsa, imparable y Sabina llenando más butacas que asientos los Lakers.
Escorpio, los ojos se me van inconscientemente hacia ese pequeño arácnido que me dice que mantenga los ojos abiertos, ya que tendré jugosas oportunidades profesionales y que en la salud gozaré de una semana tranquila. Miento, devoro los dos renglones que hablan del amor y los escupo en el tintero.
No me interesan. No hoy. Ni principes azules, ni amantes fugaces, ni paseos de la mano. Hoy no.

La claridad del día contrasta con el color del café que me llevan a la mesa. Me sirven la leche, echando de allí al color chocolate ilusionado por haber compartido esa tarde conmigo.

Doy las gracias, pero apenas escucho un susurro en forma de respuesta. La firmeza y seguridad de su pose contratacan aprovechando la flaqueza de dos ojos avellana que de no haber sido tan frágiles, habrían eclipsado cuanto allí había. ¿Habrá leído él también el periódico?. Tal vez discutió con su amante, quien le robó cuatro de sus seis horas de sueño o tal vez está cansado de ver desfilar tantos cafés cada mañana y de saber que hace meses no tiene tiempo ni para uno.
En la mesa de al lado, una pareja. Él, ojeando una revista de coches de ocasión y segunda mano. Ella, enreda y desenreda el hilo de la bolsa de te en la cucharilla, sin perder la concentración ni un sólo segundo. Si no fuera porque comparten mesa, se podría decir que nunca habían estado tan solos. No se hablan, no se miran, no se necesitan.
Acerco mis labios al borde de la taza. Me gusta quemarme, aún estando en Agosto.
La soledad hierve en mi piel, sólo quebrada por la aparición de un músico vestido con harapos que merodea la terraza de la cafetería. En sus brazos, acuna delicadamente un violín. Suena "Adagio".
Un mar de sensaciones baña mi cuerpo, me desnuda y me hallo desplomada en la arena de la playa.
Allí nada. El violín, yo y los ojos de ese humilde creador de ilusiones vistiendome de pleamar. La música enfurece a unas olas que pelean por llegar enteras al arrecife. Olas que se arropan con blanca espuma y se llevan a altar mar nuestros secretos.
Sigue tocando, yo seguiré con mi periódico. Nos vemos en la playa.

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