PENSIÓN DEL OLVIDO


Las doce de la noche. Cuelgo mi corazón en el perchero, escupo mis vergüenzas en un lavabo cómplice y salgo sin llaves. No sé si volveré.

Hoy no voy a combatir con la miseria sentimental que me aguarda tras la puerta cada noche. No quiero desvelarme de madrugada con otra paliza de tu indiferencia. Puñetazos de muñeca de porcelana, se ahogan en aire, terminan por naufragar en océanos de rabia.

Me aferro al volante hasta hacerme daño, y recorro kilómetros de asfalto y cristales rotos. Pedazos de tardes de conversaciones vacías y miradas a los ojos, que más que encontrarse, se arañan.

El olor a gasolina entra por la ventana y una fría caricia de éxtasis hace que mi piel se estremezca como si el filo metálico de tu aguijón, estuviera repartiendo sus últimos resquicios de veneno, gota a gota, por mi espalda.

Evito la tentación de mirar atrás, me consuela imaginarte buscando rastros de  olor en cada cuello de mis camisas. Mendigando comprensión a una almohada que tantas noches hizo las veces de confidente. Revolviendo entre los libros para leer alguna página de mi infinita paciencia.

Me satisface rebasar esa delgada línea que separa los sentimientos que sangran a borbotones de los corazones de latidos extirpados. 

Esta madrugada reservo cama en la pensión del olvido.

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