EL FARO

Apenas unos minutos para las ocho de la tarde, los rayos de sol se apresuran a recoger sus bártulos para despedirse por hoy de otro caluroso día.

El agua, ofrece generosa un reflejo tímido pero tan nítido y conciliador como un espejo. Se mira una y otra vez. El frescor de sus ojos verdes vaila un vals con el intenso azul de su reflejo. Apoya la cabeza en un hombro sostenido por notas de viejo violín.

Imagina uno tras uno sus sueños. Los dispone en fila y con una palmada en la espalda, les anima a subir en un barco. Y en él, viajan. Viajan muy lejos. Se aferran a una vela guerrera que se funde en un apasionado beso con el viento para acariciar kilómetros y kilómetros de salado océano.

Permanece inerte durante minutos que gustosos se convertirían en horas, hasta embrigarse y dejar que la brisa esculpiera un vestido de salitre sobre su cuerpo.

Y aguarda a la noche, su mirada respira ansiosa los segundos que hay entre su anhelo y un humilde faro erguido en alta mar. Tímidamente, se apresura a salpicar con destellos de esperanza, ese lejano horizonte.

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